La soledad es algo a lo que nunca
jamás nadie debería acostumbrarse. Es una sensación horrible e incluso, en
según qué ocasiones, dolorosa.
La soledad no necesariamente se circunscribe
a no estar acompañado, puedes estar rodeado de gente y sin embargo, más solo
que nunca.
La soledad es gris, gris muy
oscuro y es también una cárcel. Te encierra tras sus barrotes y te roba las
palabras ajenas. En esa cárcel solo te puedes oír a ti mismo y el sonido de tus
divagaciones se hace insoportable. Una y otra vez las mismas afirmaciones se
repiten en tu cabeza, una y otra vez, y da igual cuanto las aborrezcas, no te
vas a deshacer de ellas, no lograrás insensibilizarte; todas y cada una de las
veces que las escuches llorarás, porque duelen y bastante.
Esa prisión también te roba
cualquier posibilidad de recibir sentimiento alguno por parte de alguien que no
seas tú. Cuando estás solo, no hay un alma que te quiera, nadie. La ventaja es,
supongo, que tampoco hay quien te odie.
En la cárcel no hay luz, todo se
presenta tenue, por lo que lo único que puedes llegar a ver es a tus
pensamientos revoloteando cual mariposas por doquier. ¡Qué pesados! Y no lo
digo porque sean repetitivos, lo digo porque pesan y mucho; demasiado. Te hacen
sentir pequeña, insignificante y débil, te hacen llevar una carga que en ningún
caso es sobre llevable, en ninguno. Así que sin querer te hundes poco a poco y
hasta el fondo y vas dejando la superficie cada vez más lejos. ¿Y ahora cómo
salgo? Esa es la pregunta y la respuesta… bien…, la respuesta no la conozco, lo
único que sé es que la soledad es algo a lo que nunca jamás NADIE debería
acostumbrarse, NUNCA.
Celia Lucía
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