El mundo acaba de parar, hace minutos que no escucho su traqueteo.
Sin quererlo mis ojos se abren intentando vislumbrar algo más allá de mis
pestañas. Todo está apagado, en silencio. La poca luz que entra por las
rendijas de la persiana apenas deja entrever alguna silueta. Respiro hondo
llenando mis pulmones y luego suelto el aire poco a poco. Estoy en la cama. Lo
sé porque, sin querer, al desperezarme he sacado un pie fuera del edredón; ¡qué
frio! Las sábanas al parecer son el único lugar seguro por el momento. Me giro a la izquierda y
nada parece haber cambiado, todas las cosas están en su sitio: mis pulseras y
reloj en la mesilla, la estantería llena de libros, la chaise-longe bajo la ventana cubierta de camisas... Nada
ha cambiado, ¿o sí? Al otro lado de la cama oigo un ligero silbido que va y
viene incesante. Solo ese sonido me hace recordar que estoy intentando
averiguar qué ha pasado con el antiguo traqueteo de la vida, ese que ahora ya
no escucho.
Parece que el mundo me ha querido dar un respiro, parece que
me ha regalado uno de mis momentos favoritos. Todo ha cambiado, sí. Me giro al
otro lado y le veo. Ahí está, soñando como un niño, feliz.
El mundo ha cambiado para mi.
Liia'13
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