domingo, 29 de abril de 2012

Ni el suspiro más hondo y profundo

Ni el suspiro más hondo podría expulsar la tristeza que alberga su cuerpo. Está agotado. Sus músculos parecen haberse vuelto contra él y le pesan. Su espalda está tensa, sus hombros caídos. Su mirada es sin duda alguna el reflejo de un alma perdida. Mire a dónde mire no encuentra aquello que tanto busca. Lleva horas en esa misma acera, sentado en el bordillo, de pie junto a la farola, caminando alrededor de esta sin levantar la mirada del suelo...
El día está lluvioso y llora, y las calles se han quedado a solas. Desde mi ventana puedo notar su ansiedad, sus ganas de dar un paso hacia alguna parte para salir de la situación en la que se encuentra y su imposibilidad de encontrar la dirección correcta que le salve de caer en el abismo. Cada cierto tiempo, tras juguetear con los pellejos de sus dedos y mordisquearse insistentemente las uñas, levanta la mirada hacia mi balcón, esperando que de este surja una respuesta, pero yo no la tengo. 
El contraste entre el calor de la casa y el vidrio helado de la ventana hace que me entre un escalofrío. Él, sin embargo, a pesar de estar vagando en esa calle desierta y mojada no parece inmutarse por la temperatura. Le da igual, estoy segura. Sus pensamientos pueden más que él y tras intentar en vano luchar contra sí mismo, se deja caer en ese mar de dudas, en esa tormenta insoportable que está teniendo lugar en su interior. Ya todo está perdido –piensa- ¿Para qué resguardarse de la fría lluvia? ¿Para qué disimular las lágrimas que quedan? ¿Para qué guardar todo el aire que me quema por dentro? ¿Para qué? –suspira.
Pero ni el suspiro más hondo y profundo, podría sacar toda la tristeza que alberga en su cuerpo.




Liia'12

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