jueves, 22 de marzo de 2012

Perderlo sería morir


Hoy os traigo una entrada algo extensa. Me ha dado por ahí. He ido abriendo documentos al azar y me ha aparecido este, una micro novela un tanto extraña, inspirada en un clásico de la literatura que pocos conoceréis pero que basaba su genialidad en estructurar la obra en pequeñas historias con moraleja que respondían a las dudas del Conde Lucanor. Por supuesto, no le llega ni a la suela de los zapatos, ni si quiera tiene la intención de hacerlo. Contiene alguna parte pastelosa,(aviso para navegantes que se marean con facilidad), si no estáis preparados, mejor no lo leáis.


Soy una mujer independiente, con valores claros e inquebrantables. Una mujer hecha y derecha como diría mi madre. Sí, soy como las mujeres que salen en las películas, esas que viven solas, comen solas, trabajan a todas horas y si sobra tiempo se relacionan con alguna especie de hombre enamoradísimo al que no hacen mucho caso. La última parte quizá no es exactamente así, pero lo fue en alguna época de mi vida.
Este es el diario de una mujer enamorada, una mujer que odia a muerte sus instintos pero vive de ellos, una mujer que a pesar de todo lo que esconde, ama con pasión, odia con poca asiduidad y persigue siempre y por encima de todo aquello que quiere, hasta conseguirlo, pues prefiere morir intentándolo.

Capítulo I Hablando del destino

Debo reconocer que mi presentación ha sido épica, dramática y heroica, muy a mi estilo. Siempre se me ha dado de miedo extrapolar sentimientos ajenos y hacerlos más extraordinarios que en su contexto inicial, así como dotar la vida entera del dramatismo típico de una novela de amor. Después de un arduo trabajo de concienciación, observación y análisis de las actitudes humanas, creo que ha llegado el momento de explicar lo que pienso. No tengo claro a quien, supongo que a quien el destino decida cruzar con este diario.
Con catorce años mi vida se topó con dos de las personas que serían más importantes en mi vida, dos personas que nunca consideré que pudieran serlo hasta que lo fueron. El destino es así de caprichoso, casi como yo y cuando quiere que algo pase, pasa. Y pasó.
Le vi una tarde de verano en la calle Grande, a contra luz, no comprendo aún cómo pude reconocerle pues la calle está orientada en función del sol y recoge los últimos rayos del día cegando a los turistas que transitan por esos viejos adoquines y a mí esa misma tarde. Al acercarnos pude verle y asegurarme de que no estaba equivocada. A pesar de todo lo que había cambiado, seguía siendo el mismo. En aquel momento mi mente viajó cuatro años atrás sin motivo alguno y volví a recordar aquel verano en el que le vi por vez primera. Su pelo corto ya no era corto, ahora tenía una gran mata de pelo rizado muy negro. Sus facciones parecían mucho más marcadas. Sus labios escondidos bajo la barba que poblaba sus mejillas se dejaban entrever iguales que años antes. Su sonrisa era también la misma.
Los días pasaban y se hacían cada vez más cortos. El invierno se acercaba peligrosamente y yo no podía hacer otra cosa que pensar en cómo se podría parar el tiempo o hacerlo lento sin más, o en vistas de no poder lograrlo, simplemente volver atrás, a esos días en que se siente el olor del verano, esos días en que empieza la aventura. Pero por mucho que pensase no se me ocurría modo alguno. Podría utilizar una especie de reloj mágico o inteligente, que solo mediante un giro de sus agujas me devolviera mis días de verano… Supuse que era imposible pero a pesar de ello, como siempre, estaba segura de poder conseguirlo si me lo proponía. Las mañanas pasaban en la tranquilidad más absoluta de una piscina comunitaria y las tardes entre el jaleo de la calle y la calma del campo. Me encontré con él unas tres veces más antes de que el invierno cerrara las puertas de la piscina y me hiciera la maleta para volver a casa.
Tuvo que pasar un año para volverle a ver, pero entonces sería la vez definitiva. El destino se puso de mi parte, me hizo caso y por fin conocí a la persona más importante de mi vida. Sin duda aquel fue uno de mis mejores veranos. El verano en que, como siempre todo era posible, y además no estaba sola. Siempre recordaré su risa idiota, sus comentarios estúpidos y sus ojos. Sus ojos grandes, marrones y muy muy brillantes. Fueron ellos quienes me enamoraron. Entraron por mis pupilas hasta llegar al corazón y lo dejaron sin habla y sin dueña. Enamorada de sus ojos viví momentos irrepetibles, momentos de esos que más adelante querría recuperar fuera como fuera, con o sin máquina del tiempo.
El destino quiso que el cuento de hadas durase lo justo como para marcar mi vida y dejarme a solas con mi inexperiencia y mi falta de confianza. Estaba segura de no poder encontrar otros ojos marrones como aquellos, tan brillantes, especiales y tan suyos. Su olor me perseguía a todas partes, ese olor que me embriagó y me hizo adicta a él. Creía morir cuando recordaba lo cerca que había estado de ser feliz para siempre y lo fácil que perdí esa oportunidad. Creía morir cada vez que mi mente repetía su nombre y él se presentaba en mis sueños, noche tras noche.
Consiguió hacer que creyera en algo en lo que ni si quiera él creía, en el amor más puro y sincero que nunca pude imaginar. Sin duda cuando digo que me marcó ni me equivoco ni exagero.
Contra todo pronóstico escribo estas líneas hoy para concienciar a quien sea que lee sobre el peligro de no valorar lo que se tiene, de no saber ver lo que nos importan las personas que nos rodean. Una mujer como yo, independiente, adulta y cuerda después de muchos años ha comprendido que esforzarse por lo que queremos conseguir no es para nada más importante que esforzarse por aquello que ya tenemos. Nunca tuvimos aquello que queremos tener, por lo que no lo echaremos de menos. Lo que nos hace felices hoy en día es un tesoro difícil de olvidar y al que es imposible renunciar a pesar de que muchos no sepan o quieran darse cuenta; perderlo sería morir.





Liia'12

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por dar tu opinión. "Comments are free, facts are sacred" C.P. Scott