Tres historias que pueden decirlo todo o nada. Perfectas en su imperfección a la par que dotadas de una lucidez algo estúpida. (La tercera es mi favorita)

- ¿Tú sabes si las estrellas flotan?
- No estoy seguro pero eso parece. No se caen del cielo.
- No me refiero al cielo, ¿tú crees que si cojo una estrella y la tiro al mar flotará?
- ¿Cómo vas a coger una estrella?
- ¿Qué más da el cómo? Lo haré.
- Te quemarás.
- Me pondré guantes.
- Se quemarán también.
Silencio
- Yo si cogiera una estrella no la tiraría la mar.
- ¿Y qué harías con ella?
- No sé.
- Podríamos guardarla en un bote de cristal. ¿Crees que cabría?
- No lo sé, nunca he cogido una estrella.
- Entonces, ¿cómo sabes si queman?
- No lo sé
- No sabes nada… No sé por qué te he preguntado si las estrellas flotan.
Llueve. Otra vez. Salgo a la pradera como siempre y me pongo a saltar sin ton ni son por el césped verde que se mezcla con el marrón del barro incipiente. Mis pies se ensucian pero no dejo de saltar. Y el agua va calando en mi ropa y más tarde en mis huesos y al cabo de un rato toda yo soy agua y formo parte de la fiesta de la lluvia. Así son todos los días de lluvia aquí; muy mojados. Pero divertidos. Algo solitarios, pero multitudinarios a la par.
Al entrar en casa, lo hago por detrás para no despertar a Padre. Pero hoy no está dormido. Hoy mira por la ventana buscando a alguien que ya no está. Me ha visto entrar y su semblante ha cambiado. Parece asustado. Como si hubiese encontrado a aquella persona que buscaba; a mama, que un día de lluvia se fue y no ha vuelto jamás.
Liia'11
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